El significativo episodio evangélico de la viuda que nos presenta la Liturgia de este domingo nos invita a reflexionar, "en como ella en su miseria, echa en el tesoro del templo “todo lo que tenía para vivir” Mc 12,44. Su pequeña e insignificante moneda se convierte en un símbolo digno de considerarse: "esta viuda no da a Dios lo que le sobra, no da lo que posee, sino lo que es: toda su persona".
El Evangelio de la viuda pues, nos impulsa a seguir su ejemplo, a través de la práctica de la limosna. Siguiendo este ejemplo, podemos aprender a hacer de nuestra vida un don total; imitándola estaremos dispuestos a dar, no tanto algo de lo que poseemos, sino a darnos a nosotros mismos.
¿Acaso no se resume todo el Evangelio en el único mandamiento de la caridad? Por tanto, la práctica de la limosna se convierte en un medio para profundizar nuestra vocación cristiana.
El cristiano, cuando gratuitamente se ofrece a sí mismo, da testimonio de que no es la riqueza material la que dicta las leyes de la existencia, sino el amor. Por tanto, lo que da valor a la limosna es el amor, que inspira formas distintas de don, según las posibilidades y las condiciones de cada uno.